¿Quién no ha remontado una cometa/ barrilete alguna vez?
Juguete presente en la infancia de prácticamente todos... o lo era.

La caña adecuada, ni muy gruesa ni muy fina….varillas fuertes y flexibles para un esqueleto casi inverosímil.
Se intentaba con diario, se intentaba!… se intentaba con engrudo de harina y agua,
ni muy espeso ni muy chirlo: muy líquido se mojaba y rompía el papel, muy espeso no se podía distribuir sobre el…
....se soñaba, se jugaba.

El papel “de seda” en aquellos tiempos era un lujo, solo muy de vez en cuando se lograba obtener ese preciado y fino “papel de colores” que aseguraba giros y elevaciones mas importantes y también elevaba las ilusiones….
El papel barrilete era cosa delicada, se trataba con mucho cuidado para que no se dañara.

Me veo de niña junto a mi hermano, esas tardes de otoño como improvisados y arriesgados arquitectos de sueños, garabateando figuras en el suelo.
Con todos los elementos dispuestos en el piso del patio, felices, muy felices!, nos disponíamos a fabricar con gran esmero ese barrilete que esta vez, sí o sí, nos llevaría a la gloria, llevaría a lo mas alto nuestros deseos…. de volar.

Primero se armaba el esqueleto con las cañas, unidas con hilo que ajustaba ese bendito vértice central que nunca quedaba bien fijo.
Hilo bien fuerte, una maraña de vueltas concéntricas y mucho talento para que el barrilete pudiera hacerle frente al fuerte e indomable viento, que seguramente le daría una dura batalla.
-Lo importante es el esqueleto! -decía mi hermano, y cuanta razón tenía!... porque como en todos los aspectos de la vida…. si no está bien lo que sostiene lo interno..., se desmorona el resto.

Luego se revestía todo con el papel, con engrudo por el borde, se pegaban todos los hilos que formaban el diseño. Quedaban atrapados en el pastoche de engrudo en una especie de dobladillo interior.
Se adornaba con flecos, tiras interminables de flecos que se pegaban y rodeaban el contorno y le daban “el toque de distinción”  para darle movimiento, para darle vida y corazón y sobre todo..., darle voz;  era hermoso poder escuchar lo que tenía para decirnos el viento.

Después “la cola” no podía remontarse sin “cola” , una especie de timón del improvisado "navega-aviador" de papel, que osaría retar a duelo nada mas ni nada menos que al viento, el guerrero mas violento y destructivo de todos los tiempos.
Y así,  llegaban los “trapos”, tiras finas de trapos de colores atadas unas a otras.
Era todo un tema pedirle a mamá que “mutilara” por el bien del proyecto, algo de ropa vieja.

Por último…los tiros, de cada vértice partía un hilo, que se unía hacia delante ( las medidas eran un misterio celosamente guardado bajo siete llaves) y como todo misterio guardado al revelarse podría determinar un buen o mal resultado.
Nunca supe bien si los hilos de arriba tenían que ser mas o menos largos que el de abajo… o viceversa. Esa era tarea de mi hermano… el sabía!
Se ataban todos a un rollote de hilo (cuanto mas grande mejor) una especie de “cordón umbilical” entre "la nave" y la mano de su creador.


Al fin!! A la terraza,...largando el hilo de a poco, tirar y aflojar, correr y soltar, atrapar la fortuita ráfaga que lo hiciera despegar hasta que el barrilete tomara la altura necesaria.
Después con esperanza e ilusión mirarlo volar y reír, sentir, jugar, gozar, ilusionarse y soñar…. y rezar!! para que no empezara a girar y girar como trompo y cayera en picada sin razón.

Disfrutar de ese momento, en que el barrilete con suerte y por un tiempo podía tocar el cielo, llegar al sol;
antes que con menos suerte, por un giro loco del viento, terminara en caída, matando la ilusión.


-Dedicado a mi hermano Oscar Díaz Caramés, compañero de aventuras , vivencias e ilusiones.
Para Vos hermano, por esos maravillosos, ricos y simples días de juegos en el patio, gracias por enseñarme a armar barriletes.

Aly Diaz C.

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